viernes, 19 de octubre de 2012

Sensibilidad sensorial.

Y ese día existíamos solo los dos, separados físicamente en longitud, en un punto que nos une, ese punto está formulado numéricamente, haciendo un espacio y una distancia compleja.


Así existíamos los dos, mirándonos fijamente (él me miraba fijamente porque yo me sonrojaba) fue la primera vez que lo vi por esa camarita de la compu, donde la transferencia de emociones cerebro -ojos, era distinta a la transferencia cerebro - manos, estaba acostumbrándome a escribirle todo cuanto sentía y no me salían las palabras para decirle todo cuanto quería.


Mis sentidos se sincronizaron para poder verme agraciada, el brillo en mis ojos constituyó un sentido, mis retinas recibieron su hermosa sonrisa, fue una donación impresionante para mi cerebro.


Lo miraba cuando se descuidaba, me sonrojaba cuando me hablaba.


Casi mi sentido del gusto siente lo dulce que serían sus besos y me tenía que pasar la saliva porque me moría por probarlo.


Las vibraciones que sentía al escuchar su voz, sus te quiero, aún más cuando me decía una que otra palabra son casi inexplicables, nunca había sentido esas emociones juntas, su voz, aún muero por su voz, le subí el volumen máximo a mis audífonos para saborear cada palabra, cada frase que salía de su boca.


Todos los sentidos se unieron en una sola molécula particular, con características diferentes, mis neuronas receptivas morían y se regeneraban rápidamente. (No eran mis neuronas, era yo que moría poquito por no tenerlo entre mis brazos y aún estoy muriendo).


Sentía una pequeña presión en mi piel y no era su tacto, ya no sentía calor, sentía frío, la temperatura del ambiente y mi cara sonrojada, reflejaban un cambio, me dio sensibilidad sensorial, todos mis sentidos estuvieron ahí para mí, mi corazón latía más fuerte, mis manos me temblaban y mis ojos querían volverse agua. Justo en ese instante odié la distancia de no sé cuantos kilómetros de Guayaquil a Caracas, y cada día la odio más.




[caption id="" align="aligncenter" width="210"]Julio Cortázar Porque sin buscarte te ando encontrando, por todos lados, principalmente cuando cierro los ojos.
Y me basta cerrarlos para deshacerlo todo y recomenzar..[/caption]

martes, 16 de octubre de 2012

Carta a la melancolía

Muy señora mía:


Ayer recibí de las manos de alguien incógnito su carta y la lectura de la misma me dejó perpleja. Usted estuvo en mi búsqueda, sabrá Dios porque ha dispuesto que me encontrara. Yo estaba en casa, (entre mis libros, perdida, en mi cama) leyendo por manía.


El sentido humoral de mi persona estaba centrado en una poesía que me sumió en la depresión, lloré, lloré como una niña, me pareció haberla visto algo confusa con mis ojos lacrimosos en medio de esas páginas, pero excúseme usted, por no permitir su visita, en ese momento, ordené a mis fluidos corporales, (entre ellos a mi bilis negra), que no le de paso a su presencia, mientras que la locura se apoderaba de mí, el sentido de libre condición susceptible y una rareza hermética de desolación me acechaban, sentía como me vigilaban y sentía que se me acercaban.


Me moví inútilmente sobre la cama, apoyada con mis rodillas y tomé un libro, (aún con lágrimas y sollozos) busqué una lectura avivada, llena de fantasía que me haga sumir en el incontrolable apego de la ficción y que me saque una que otra sonrisa trazada en mi boca, pero no la encontré, tiré al piso con alevosía el libro de Jaime Sabines que un día alguien me regaló, no duró mucho tiempo en el suelo, bajé apresuradamente y lo tomé entre mis manos, recordando esa lectura sencilla y apacible que me calmaba en momentos de aridez. ¿Qué putas puedo hacer con mi vida? Me dije en voz alta, buscando exactamente en la página ocho donde se encuentra ese métrico y realista poema. — ¿Qué putas puedo?— Dice Sabines, —No puedes hacer nada—, me decía constantemente una voz en mi subconsciente que me atemorizaba.


Me miré al espejo y repetí en voz alta algo que leí alguna vez; “tengo miedo de las acciones y los puntos y de las pausas y de mis preguntas y de contestarme” decidí no volverlo a repetir y empecé por ordenar; primero el desorden de mi cabeza, segundo el desorden de mi habitación. Callada y sin decirme nada, estaba yo ordenando mis libros en el único cajón disponible, Allende, Cortázar, Verne, en orden alfabético, de repente me encuentro conmigo misma frente al espejo (otra vez), y ya no tenía los ojos llorosos, ni las mejillas enrojecidas de tanto llorar, estaba diferente, feliz podría decir, no hasta cierto punto de felicidad, pero me sentía tranquila, relajada y con ganas de seguir ordenando, y tarareaba un poema de Octavio paz que no tiene música pero tiene palabras de viva tranquilidad. Me solté el cabello y luego lo peiné con una coleta alta, me sentí extraña e irreflexivamente casi sin pensarlo tomé el libro de Sabines de nuevo, leyendo un verso del poema “He aquí que tú estás sola” —Te digo que estoy sola amor y que me faltas, nos faltamos, amor, y nos morimos…— (silencio oscuro, indefinido, insuperable, impávido, conveniente, mío). Mi bilis negra se descuidó por unos minutos y dio paso a la crisis y a la manía que tengo al sentirme sola. Mis manos me temblaban, la expresión de mi rostro cambiaba, no había sonrisa, había recuerdos tristes (y cosas que no eran recuerdos solo imaginación, pero era triste y desolado.)


¡No puede ser! —Pensé con una remisión de crisis total, casi gritándolo mentalmente—, ¡No puede ser!, me había autodiagnósticado bipolaridad.En menos de una hora tenía todos los patrones indicando mi estado de ánimo variable. Sentada en el filo de la cama, pensé que mis neurotransmisores cerebrales estaban convenciendo a mi cuerpo y a mi mente, a que se pongan en contra de mí.



Una crisis depresiva me atacó de nuevo y la vi claramente a usted señora melancolía sentada en mi sofá como se la ve en el cuadro de Edgar Germain. Disculpe usted mi irritabilidad pero pasó a mi lado sin previo aviso, usted sabe que carezco de libertad, ¿Para que intercalar a mis ánimos en nuestros asuntos? La culpa es mía, mil veces mía, por darle paso a la desolación.  ¿Es que no tiene usted razonamiento, apreciada (aunque muy mala) amiga, en tratar así a quien extraña a alguien? Tengo preguntas de nunca acabar.


En fin, aunque mi carta no tenga contestación, sería yo la primera en autodeterminarme culpable y tendré que enfrentarla de mujer a mujer, porque considero erróneo que a una dama como yo se la ataque depresiva y tristemente de vez en mes.  


Y por último le expreso que  no tengo ánimos de permitir que esto  vuelva a suceder.


Dejo el teclado, las obligaciones laborales y personales me convocan y tengo un cúmulo de ellos por doquier.


 


Quedo de usted, apreciadísima señora amiga, etcétera.

lunes, 15 de octubre de 2012

Perdón si te interrumpo.

—Si me miras así, no podré concentrarme en lo que estoy escribiendo —, le dije.



—No escribas —, respondió. Hubo un largo silencio. Al cabo de unos segundos me volvió a mirar, y antes de que yo pudiera chistar una que otra palabra me sonrió diciéndome: —sé que escribís para mí, porque se te nota en los pómulos, en el suave pulsar de tus dedos y en como acaricias el teclado creyendo que es mi cuerpo, no escribas ya, deja de hacerlo, mientras lo haces me atormento con esa combinación sensible e incoherente de sonidos y silencios pausados que haces al descansar y encumbrar tus dedos ahí.— (Dijo “ahí” con un gesto despectivo, señalando el teclado). —Le hice una mueca y lo ignoré— Mientras yo trataba de descubrir palabras para empezar una historia. Él volvió a interrumpir. —Disculpa, ese conjunto de sonidos exclusivos que suenan cíclicamente uno tras otro y otro, los percibo en una consonancia proporcionada y propia, ¡ah!, y perdona que te interrumpa en tu escritura, pero me parece un discurso melódico y visual percibir el resultado de tus frases construidas con verbos, adjetivos y gramática, es inconfundible, si no fuera porque sé de música diría que es un resultado dodecafónico que podría ser considerado como una melodía.


Pero ahí hay algo que me intriga,  —dijo— hablas de dos personas mientras escribís, y lo haces simultáneamente, a veces tecleas rítmicamente sonriendo y luego, luego lo haces con el ritmo del teclear abatido. No me intereso por saber de quien se habla ahí, al parecer es una armonía de palabras que llevan el ritmo de un corazón regulado; entre la concordancia de los sonidos y la fuerza sonora. ¡Ah! Perdón que te interrumpa con mi voz, te confundes al escribir y no va acorde con tu estruendo básico, haciéndote caer en repetición de intervalos irregulares; borras, regresas, chistas enojada y retornas a tu ritmo gramatical.



—Ya basta— le dije, poniéndome de pie quitándole el cigarrillo de sus labios y dándole un beso con variaciones muy notorias.
—Si no fuera porque yo también sé de música no aceptaría el timbre de tus comentarios, hice de oídos sordos a tu trova congelada llena de palabras —. Le bufé.



Me abrazó con pasión forte y sus besos llegaban al vaporoso suave, moderato andante, que ensamblaba en silencios intermedios. El aire se llenó de ausencias físicas; absolutas y relativas. Mientras me besaba se mezclaban diversas experiencias artísticas, éramos dos elementos en definición; la música y el lenguaje.


La frecuencia con la que lo hacía era sonora, mil vibraciones aumentadas por segundo hacían que emita sonidos graves y agudos. Mientras más grande la frecuencia, más agudo era el sonido. La intensidad, el ritmo y el equilibrio de nuestros cuerpos se unían en un solo compás sin importar la unidad de tiempo.



Minutos después reaparecimos en unos silencios largos y moderados, con cortas respiraciones como cuando te lanzas a las semicorcheas de una compleja partitura o como cuando expresas en palabras lo que no puedes hablar y comprendí que eso era el lenguaje universal. Pausible y sin complejidad, la armonía entres dos personas, sin dejar la realidad.

sábado, 13 de octubre de 2012

Flor de Loto.

[caption id="attachment_38" align="aligncenter" width="300"]Princesa de Cristal Ma. Isabel. 4 años[/caption]

Todo castillo dispone de una princesa, no vives en un castillo, pero eres la princesa color canela con rizos locos, disponibles de cualquier volumen, en todo momento, color negro suave como la seda,  flaca como una caña de bambú, dientes de marfil, y ojos negros del tamaño de dos cereza, tu estilo divertido, algo inadecuado para la familia que llevas, pero esa es tu esencia  con espíritu libre, sano, aura  blanca, valiente, no te asustas constante ni desprevenidamente, ya que confías en las personas que te rodean, tu voz, tus sonidos, tus canciones inventadas, inspiradas en algún animal o personaje imaginario que te pone feliz cuando vas al baño, bailarina de nacimiento, esperando que esa sea tu vocación, cabello crespo, alborotado justo en su punto. Nos enamoras a todos con tu sonrisa y con tu inteligencia, digno todo eso de una princesa que presta sus juguetes al que no tiene y se olvida si lo devuelven o no. Caprichosa, sin vanidad, siempre con palabras justas y con palabras irreales, tus historias mágicas que me invitan a pasar a tu cerebro, y formar parte de las fantasías que te iluminan cuando te expresas, simpática y diferente a las demás. Esa eres tú, mi princesa, mi chiquita bebé.


Flor de Loto.