lunes, 15 de octubre de 2012

Perdón si te interrumpo.

—Si me miras así, no podré concentrarme en lo que estoy escribiendo —, le dije.



—No escribas —, respondió. Hubo un largo silencio. Al cabo de unos segundos me volvió a mirar, y antes de que yo pudiera chistar una que otra palabra me sonrió diciéndome: —sé que escribís para mí, porque se te nota en los pómulos, en el suave pulsar de tus dedos y en como acaricias el teclado creyendo que es mi cuerpo, no escribas ya, deja de hacerlo, mientras lo haces me atormento con esa combinación sensible e incoherente de sonidos y silencios pausados que haces al descansar y encumbrar tus dedos ahí.— (Dijo “ahí” con un gesto despectivo, señalando el teclado). —Le hice una mueca y lo ignoré— Mientras yo trataba de descubrir palabras para empezar una historia. Él volvió a interrumpir. —Disculpa, ese conjunto de sonidos exclusivos que suenan cíclicamente uno tras otro y otro, los percibo en una consonancia proporcionada y propia, ¡ah!, y perdona que te interrumpa en tu escritura, pero me parece un discurso melódico y visual percibir el resultado de tus frases construidas con verbos, adjetivos y gramática, es inconfundible, si no fuera porque sé de música diría que es un resultado dodecafónico que podría ser considerado como una melodía.


Pero ahí hay algo que me intriga,  —dijo— hablas de dos personas mientras escribís, y lo haces simultáneamente, a veces tecleas rítmicamente sonriendo y luego, luego lo haces con el ritmo del teclear abatido. No me intereso por saber de quien se habla ahí, al parecer es una armonía de palabras que llevan el ritmo de un corazón regulado; entre la concordancia de los sonidos y la fuerza sonora. ¡Ah! Perdón que te interrumpa con mi voz, te confundes al escribir y no va acorde con tu estruendo básico, haciéndote caer en repetición de intervalos irregulares; borras, regresas, chistas enojada y retornas a tu ritmo gramatical.



—Ya basta— le dije, poniéndome de pie quitándole el cigarrillo de sus labios y dándole un beso con variaciones muy notorias.
—Si no fuera porque yo también sé de música no aceptaría el timbre de tus comentarios, hice de oídos sordos a tu trova congelada llena de palabras —. Le bufé.



Me abrazó con pasión forte y sus besos llegaban al vaporoso suave, moderato andante, que ensamblaba en silencios intermedios. El aire se llenó de ausencias físicas; absolutas y relativas. Mientras me besaba se mezclaban diversas experiencias artísticas, éramos dos elementos en definición; la música y el lenguaje.


La frecuencia con la que lo hacía era sonora, mil vibraciones aumentadas por segundo hacían que emita sonidos graves y agudos. Mientras más grande la frecuencia, más agudo era el sonido. La intensidad, el ritmo y el equilibrio de nuestros cuerpos se unían en un solo compás sin importar la unidad de tiempo.



Minutos después reaparecimos en unos silencios largos y moderados, con cortas respiraciones como cuando te lanzas a las semicorcheas de una compleja partitura o como cuando expresas en palabras lo que no puedes hablar y comprendí que eso era el lenguaje universal. Pausible y sin complejidad, la armonía entres dos personas, sin dejar la realidad.

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