domingo, 20 de abril de 2014

El amor en los tiempos del cólera


No le dijo a nadie que se iba, no se despidió de nadie, con el hermetismo férreo con que sólo le reveló a la madre el secreto de su pasión reprimida, pero a la víspera del viaje cometió a conciencia una locura última del corazón que bien pudo costarle la vida. Se puso a la medianoche su traje de domingo, y tocó a solas bajo el balcón de Fermina Daza el valse de amor que había compuesto para ella, que sólo ellos dos conocían y que fue durante tres años el emblema de su complicidad contrariada. Lo tocó murmurando la letra, con el violín bañado en lágrimas, y con una inspiración tan intensa que a los primeros compases empezaron a ladrar los perros de la calle, y luego los de la ciudad, pero después se fueron callando poco a poco por el hechizo de la música, y el valse terminó con un silencio sobrenatural. El balcón no se abrió, ni nadie se asomó a la calle, ni siquiera el sereno que casi siempre acudía con su candil tratando de medrar con las migajas de las serenatas. El acto fue un conjuro de alivio para Florentino Ariza, pues cuando guardó el violín en el estuche y se alejó por las calles muertas sin mirar hacia atrás, no sentía ya que se iba la mañana siguiente, sino que se había ido desde hacía muchos años con la disposición irrevocable de no volver jamás.

1 comentario:

  1. Un fragmento muy bello para despedir homenajeando a nuestro queridísimo escritor Gabo.
    Recuerdo que este libro suyo lo leí cuando era adolescente y me gustó. Me lo recomendó mi hermana y tengo un ejemplar muy bello. Le echo de menos y no le conocí. ¿Cómo se puede extrañar a alguien a quien igual sigo teniendo por sus letras? La empatía me desbordaba siempre el corazón y ahora la pena es la que me lo arruga. Debía irse, sin duda, pero ¡cuánto le echaré de menos, amiga! Cada vez que abra un libro suyo una lágrima caerá sonbre cada página.
    Carol

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